martes, 9 de junio de 2009

El niño que quería coger una estrella

Os voy a relatar la historia del pequeño Timmy, el niño que quería coger una estrella.

La familia de Timmy era muy pobre, pero que muy pobre. Su padre acababa de ser despedido de la fábrica en la que trabajaba y no tenía dinero suficiente para mantener a su mujer y a sus quince hijos. Vivían en una casa muy pequeña y miserable y no iban a la escuela porque no tenían dinero para pagar los lápices. La gente miraba mal a la familia de Timmy por ser tan pobres y nadie les ofrecía lápices. Timmy se sentía muy triste, le apenaba mucho ver a su padre todo el día con cara seria y a su madre llorando.

El pobre Timmy se preguntaba si podría hacer algo por su familia, pero por muchas vueltas que le daba a mil fantásticas ideas, nada se le ocurría que pudiera hacerles felices, o mejor aún, ricos. Una noche, tras la cena (consistente en lamer tapas de yogur que su madre había encontrado en un contenedor), se fue temprano a la cama, cansado de ver a toda su familia tristes y apesadumbrados. No tuvo que apagar la luz, pues hacía mucho que habían vendido todas las bombillas para poder comprar ropa. Se tumbó en la cama y miró al cielo nocturno (la casa no tenía techo desde hacía años). Se fijó en las estrellas. ¡Qué bonitas eran! A Timmy le encantaban las estrellas desde niño, tenía un mapa de las costelaciones que había encontrado rebuscando en la basura y que llevaba siempre consigo para que su padre no se lo quitara y lo vendiese. Las estrellas despertaban su imaginación hasta límites insospechados.

De repente, una idea se encendió como un bosque en llamas en la cabeza de Timmy. ¡Si pudiera coger una estrella, llenaría de esperanza, alegría y felicidad la vida de su familia! ¡Más aún! ¡Podrían vender la estrella y ser ricos, ricos, ricos! Podrían ir a la escuela, oler bien, comer... ¡Cúantas cosas podrían hacer si cogiese una estrella! Sin pensárselo dos veces, Timmy saltó de su cama, salió discretamente de su casa y se echó a correr.

Corrió por las montañas mientras pensaba en lo juguetes que podría comprar para sus hermanos más pequeños. ¡Qué bien se lo iban a pasar!

Corrió por los valles mientras se imaginaba la cara que pondría su hermana Christine cuando viese que Timmy le había traído su largamente esperado Ventolin para combatir el asma.

Nadó por los ríos mientras se recordaba lo contentos que se iban a poner sus padres cuando les dijese que por fin podrían construir ventanas en la casa.

Atravesó mil ciudades mientras se decía lo rápido que iba a ser el coche nuevo, lo bonitas que iban a quedar las plantas en el nuevo balcón de su casa, lo genial que iba a ser que los chicos de su barrio dejaran de golpearle y burlarse de él.

Pero por más que corría, la estrella seguía estando lejos, distante en el cielo. Timmy empezó a pensar que su esfuerzo era inútil. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos y un nudo se formó en su garganta. ¡Qué ingenuo había sido! ¡Menuda decepción! Pero cuando estaba a punto de darse la vuelta y regresar a casa, sintió que flotaba. Se dió cuenta que la sensación era real cuando vió como se alejaban los árboles y los edificios. ¡Estaba volando!

Rápidamente se dirigió hacia la estrella. Ya no era distante, se acercaba cada vez más. Alargó los brazos para poder agarrarla, para coger tan ansiada estrella y cumplir por fin sus sueños. La sensación de alegría de Timmy era indescriptible.

De repente, un trozo de la cubierta de una estación espacial que se había desprendido pasó por allí a una endiablada velocidad, amputándole bestialmente ambos brazos, y el pequeño Timmy no pudo coger la estrella.

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